jueves, 3 de mayo de 2012

HOY, MI MADRE, ME HA COMPRADO MI PRIMERA CAJA DE PINTURAS ALPINO

 
Como casi todas las mañanas me había levantado solo. Tras vestirme me acerqué  a la lumbre a cuyo lado había un puchero con café con leche, que el fuego no había dejado enfriar. Encima de la mesa estaba el tazón con pan y azúcar, con mucho cuidado, como me decía mi madre, volqué el contenido del puchero en el tazón, tras lo cual lo me lo comí sin mucho apetito, como me ocurría a diario.
Cogí mi cartera, y salí de casa, a no mas de cincuenta metros estaba la puerta de mi escuela, unitaria por cierto, tras entrar, intentando pasar desapercibido, me senté en el lugar de siempre en una rústica banqueta de madera, que de tanto usarse tenía un tacto suave, muy suave, me encantaba acariciar la madera. En aquellos días no conocía nada más suave que el tacto de aquella banqueta de madera, mi compañera. Era increíble que en un espacio tan austero, con banquetas de madera como las descritas, pupitres viejísimos, una mesa para la maestra, una pizarra gastada, un suelo de tierra y unas paredes de barro, hubiera una banqueta tan suave que me encantaba acariciar.
Pero aquella mañana, en mi cartera, se escondía un lujo extraordinario, tan solo sabía de uno de mis compañeros que tuviera una maravillosa caja de pinturas, con ese olor que aún hoy conservo nítido en mi memoria, la textura de la caja de cartón, las pequeñas manchas dejadas por sus puntas afiladas, el dibujo colorido que tenía en la caja, para mi era más que un regalo, sin contar con aquel camión de reparto de bombonas naranjas, cuyo uso desconocía y que había considerado el mejor regalo hasta ese momento. Pero mi madre, supongo que con mucho esfuerzo, me había comprado mi primera caja de pinturas Alpino.

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