¿POR QUÉ SUS PIERNAS ME ATRAÍAN TANTO?

No lograba apartar su mirada de las piernas de la mujer que tenía enfrente. Desde la postura en la que se encontraba, la cabeza inclinada hacia el suelo y una gorra de béisbol que le tapaba el rostro, tan solo alcanzaba a ver desde las rodillas hasta los zapatos. Era evidente que no llevaba medias y sus zapatos estaban nuevos y muy limpios.


Muy al contrario, él ya no mantenía ninguna de esas dos cualidades, nada nuevo y nada muy limpio. Su vida había comenzado a cambiar muy deprisa desde el mes de enero, de ser un ejecutivo de éxito en el mes de diciembre había pasado a engrosar las filas del maldito paro, sí, él era uno de esas fatídicas cifras convertidas en porcentajes, con las que el común de los mortales se desayunaba todas las mañanas.

El director del banco no tardó mucho en llamarle tras no encontrar su nómina como todos los meses, al contrario que su hipoteca que siempre llegaba puntual. Poco pudo decirle, que estaba atravesando un momento complicado, pero que se resolvería rápidamente, no había que dar demasiadas explicaciones.

Su móvil, el suyo, el particular, misteriosamente cada día sonaba menos, es como si no quisiera perturbar los pensamientos de su nueva situación. Antes, el súper móvil de la oficina era difícil mantenerlo en silencio, a menos que se apagase.

Junto con el móvil dejó atrás otras muchas cosas, de unas se acordaba más que de otras. De la secretaria nunca había llegado a saber nada más allá de su nombre, si tuviera que describirla es posible que no pudiera recordar mucho, ni tan siquiera el color de su pelo. Del BMW sí se acordaba, significaba mucho para él, lo había conseguido como el resto de su posición, de manera muy rápida, habían sido unos años de trepidantes excesos en todos los sentidos, y él no se había perdido ninguno. Ahora en el garaje de su flamante edificio, en el que había organizado una gran fiesta hacía menos de un año, ya no aparcaba el coche, al fondo estaba su vieja moto de estudiante, de la que no había querido desprenderse por alguna razón sentimental, que ni tan si quiera recordaba.

Sus piernas le atraían tanto porque le daba vergüenza mirarle a la cara. En aquella situación, si contestaba acertadamente a sus preguntas, dispondría de un pase para comer caliente todos los días durante los próximos treinta en el comedor social en el que se hallaba, contando lo mejor que sabía su nueva situación.



Madrid, marzo de 2009

Settembrini